I was surprised to find him at Gelo Station, it had been over half a century since I last saw him, he didn’t seem to have aged, though I wonder if he was ever young.
My family and I were accompanying the professor on one of his research travels. We arrived at Garan at a difficult time, a small planet, a green dot in space that became brown in only a couple of months. Its always green prairies and cultivated fields had dried up due to the absence of rain, and with it all life, big or small also withered.
The nervousness of the population turned into concern, and after two months of pristine skies without any sign of the coming of the relieving rain, it finally turned into fear.
Here is when this strange being made his first appearance, none could tell when or how he had arrived on the planet, he just walked into a town one day at dawn. He called himself The Rainmaker, the eyes of those present shone, innocents, all doubt or mistrust extinguished by the sensation of hope that took hold of them when they heard that word: “rainmaker”.
When we arrived we found him already at work, standing in the middle of a clearing on top of a hill. The inhabitants of Garan gathered around him forming concentric circles, entire families gathered by this being, kneeling at his feet, crying and imploring for the fulfillment of the healing miracle of their lands.
I remember watching him, getting fat, brazenly savoring, satiating his appetite with the fear that covered the inhabitants like a shadow. When his belly was full, he opened his eyes, and looked at his supplicants with a mixture of pity and disdain, opened his cloak and extended his arms like in a welcoming hug, then he inhaled slowly, puffing out his chest, and lay there motionless, gloating in the captivating anxiety and silence of those around him, no one dared to make a sound. When the tension was at its peak, he opened his mouth and a strange sonar-like sound filled the air and traveled through the fields, echoing across the entire planet.
Then he closed his eyes, arms, and cloak and return to his cocoon posture. “My job here is done, thank you for the meal, it was delicious.” he said, and started walking straight on the direction where the sun was setting and the horizon was becoming filled with promising clouds. The night arrived, and with it the first drops, tingling on the dry leaves.
Text: Cecilia Torres
El Hacedor de Lluvia
Me sorprendió encontrarlo en la estación Gelo, había pasado más de medio siglo desde la última vez que lo vi, no parecía haber envejecido, aunque me pregunto si alguna vez fue joven.
Mi familia y yo acompañábamos al profesor en uno de sus viajes de investigación. Llegamos a Garan en un momento difícil, un pequeño planeta, un punto verde en el espacio que se tornó marrón en solo un par de meses. Sus siempre verdes praderas y campos de cultivo se habían ido secando por la ausencia de lluvia, y con ella toda la vida, grande o pequeña también se marchitaba.
El nerviosismo de la población se transformó en preocupación, y luego de dos meses de cielos vírgenes sin señales de la llegada de la lluvia aliviadora, finalmente se tornó en miedo.
Aquí es cuando este extraño ser hizo su primera aparición, nadie podía decir cuándo ni cómo había llegado al planeta, simplemente entró en un pueblo un día de madrugada. Se hacía llamar El Hacedor de Lluvia; los ojos de los presentes brillaron, inocentes, toda duda o desconfianza extinguida por la sensación de esperanza que se apoderó de ellos al escuchar esas palabra: “hacedor de lluvia”.
Cuando llegamos lo encontramos ya trabajando, parado en medio de un claro en lo alto de una colina. Los habitantes de Garan se reunían a su alrededor formando círculos concéntricos, familias enteras reunidas por este ser, arrodillándose a sus pies, llorando e implorando por el cumplimiento del milagro sanador de sus tierras.
Recuerdo verlo engordar, saborear descaradamente, saciar su apetito con el miedo que cubría a los habitantes como una sombra. Cuando su estómago estuvo lleno, abrió los ojos y miró a sus suplicantes con una mezcla de lástima y desdén, se abrió la capa y extendió los brazos como en un abrazo de bienvenida, luego inhaló lentamente, inflando el pecho, y se quedó allí inmóvil, regodeándose en la ansiedad cautivadora y el silencio de quienes lo rodeaban, nadie se atrevió a hacer un sonido. Cuando la tensión llegó a su punto máximo, abrió la boca y un extraño sonido parecido a un sonar llenó el aire y viajó a través de los campos, haciendo eco en todo el planeta. Luego cerró los ojos, los brazos y la capa y volvió a su postura de capullo. “Mi trabajo aquí ha terminado, gracias por la comida, estuvo deliciosa” dijo, y comenzó a caminar directamente hacia la dirección donde el sol se estaba poniendo y el horizonte se estaba llenando de nubes prometedoras. Llegó la noche, y con ella las primeras gotas, resonando en las hojas secas.
Texto: Cecilia Torres